En la calle
Providencia, cerca de la biblioteca municipal hay una galería de esas que son
como un microclima que sobrevive al ajetreo oficinesco y comercial de la
comuna. Ahí funciona, entre otros, una imprenta, un local de completos, y una
zapatería con precios escritos a mano y muchas revistas Qué pasa arrumbadas en
una mesa, cerca de la ventana.
Justo al lado de la
zapatería está el Kirtan, que es un pequeño restaurante donde sirven comida
vegetariana. Caben en total 5 comensales, tres afuera y dos adentro, muy
apropiado para cuando no se quiere almorzar con nadie más que con uno mismo. La
gente que lo atiende varía cada tanto pero siempre es amable y calma. Ponerse
nervioso ahí o soltar la impaciencia hambrienta de las dos de la tarde sería de
una impertinencia inmerecida. Hay que llegar, sentarse y esperar.
El menú del día se
llama Prasadam (que significa regalo) y hasta ahora siempre ha sido un plato
diferente; arroz integral con hamburguesa, fideos con salsa boloñesa, lasaña de
verduras y varios otros platos tradicionales pero en versión vegana; a medida
que me voy alejando del día de pago me compro una empanada de queso champiñón o
una hamburguesa de soya con una mayonesa que nunca he podido igualar en sabor
(aunque siga la receta de esos libritos que venden a tres por luca). Todos los
platos ahí saben bien, todos están cocinados en su mejor punto, no hay exceso
ni falta de sabor, nunca están fríos ni demasiado calientes y las especias
están siempre combinadas a la perfección.
Una vez oí que
cuando un Krishna cocina siempre lo hace como si le cocinara a dios. No sé qué
pensaría él de esa idea si un día viene y se sienta en uno de esos pisitos
redondos de madera. Pero yo, que soy mortal y de dios -a pesar mío- me siento
más bien lejana, debo decir que comer ahí, es a lo menos, un pedacito de
paraíso.
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